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Asesina serial afgana culpa a ex cónyuge de sus actos

Azam Ahmed / New York Times News Service

2015-02-28

Jalalabad, Afganistán— Una de las más notorias asesinas seriales de Afganistán vive en la húmeda celda de una cárcel en Jalalabad, compartiendo literas, comidas y cobijas con otras internas. Pero los guardias no portan armas, y los auxiliares de la prisión pasan gran parte de sus días conviviendo con las convictas.
La asesina, Shirin Gul, se encuentra en el Penal para Mujeres de Nangarhar, donde la mayoría de sus compañeras de celda fueron declaradas culpables por adulterio o robo. Actualmente purga el 12vo. año de una sentencia de 20 tras haber matado a 27 hombres. Su hija de siete años fue concebida y nació en la cárcel, mientras que otras presas también tienen a sus hijos viviendo con ellas en las celdas.
En Afganistán, un país de 30 millones de personas, donde la guerra ha sido una constante durante las últimas cuatro décadas, la muerte es el pan de todos los días. Sin embargo el homicidio serial, espeluznante y digno de aparecer en los tabloides, es una relativa rareza. El que sea una mujer una de sus más prominentes perpetradoras, en una sociedad dominada por los hombres, hace que el caso sea aún más extraño.
“Aquí también hay otras asesinas”, dijo el coronel Abdul Mali Hesarak, custodio del penal de Nangarhar, el cual cuenta con secciones para hombres y mujeres y es uno de las más grandes en el país. “Pero no conozco otro caso tan serio como el de ella”.
Según cuenta Shirin Gul su historia, los homicidios fueron idea de su amante, aunque ella admite haber estado de acuerdo con asesinar a su esposo. Sabía que su amante, Rahmatullah, envenenaba a sus víctimas echando toxinas en el té y los kebabs que ella servía. Y es verdad que escuchaba con frecuencia el ruido de palas en el patio cuando estaban cavándose las tumbas.
Pero Shirin Gul dice que su confesión de haber cometido los asesinatos fue invento. Ella nunca mató a nadie, dice, y temía por su vida mientras Rahmatullah se lanzaba en una andanada de homicidios.
Durante entrevista en su celda en Jalalabad, Shirin Gul, quien tiene 40 y tantos años pero desconoce su edad exacta, da la impresión de ser errática. Admitió abiertamente tener problemas de salud mental, lo cual dificulta separar la verdad de la ficción en lo que cuenta. En cierto momento reía incontrolablemente para al siguiente parecer a punto de echarse a llorar. Maldijo a Rahmatullah, con quien fue condenada por los homicidios, calificándolo de “mujeriego, pedófilo y jugador”, mientras que casi inmediatamente dijo ser “el hombre más bello que ella hubiera conocido”.
“Tengo mal carácter, pero a veces me porto bien”, señaló, mientras su hija subía y bajaba de su regazo.
Cuando en 2004 Shirin Gul confesó los asesinatos, dijo a los agentes ministeriales que había llevado a las víctimas hasta su casa con la promesa de sexo. Ahí, explicó, Rahmatullah, el hijo de ella y varios otros hombres la ayudaban a envenenar y estrangular a las víctimas. Enterraban los cadáveres en los patios de dos viviendas que tenía la familia, una en Kabul y la otra en Jalalabad. A los automóviles de los muertos les quitaban las placas. Luego, los vendían en la frontera con Pakistán y en la región que los talibanes controlaban en la provincia de Khost.
Las autoridades empezaron a investigar a Shirin Gul y a la familia de ésta hasta que desapareció un empresario, Mohammed Anwar. La noche de su desaparición, el empresario había mencionado a un pariente a dónde se dirigía, proporcionando una pista a la Policía y terminando por descifrar una serie de desapariciones. En el domicilio de Kabul, se encontraron nueve cuerpos en el patio de tierra; en la casa de Jalalabad fueron desenterradas 18 víctimas más.
Seis personas, entre ellas Shirin Gul, su hijo, Samiullah, y Rahmatullah, fueron acusadas de 27 cargos de homicidio, siendo halladas culpables y sentenciadas a la pena capital. En ese entonces la Policía dijo a reporteros que Shirin Gul y la mayoría de sus cómplices confesaron los crímenes.
Los otros cinco fueron ejecutados. Pero a Shirin Gul se le perdonó la vida gracias a un decreto de Hamid Karzai, entonces presidente de Afganistán. Los crímenes se le redujeron a 24 cargos de plagio y un cargo de adulterio. La sentencia de muerte se le cambió a 20 años de cárcel –que en el sistema afgano se considera cadena perpetua.
En el penal de mujeres en Jalalabad, más de una docena de niños viven con sus madres bajo la mirada vigilante de custodios y el montón de mujeres que cuidan a las internas. Una de esas mujeres rió cuando se le preguntó acerca de la historia de Shirin Gul
En el transcurso de los años oyó muchas versiones, dijo.
“Claro que ella está mintiendo”, añadió. “Definitivamente mató a esos hombres”.

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