Opinion

Jesús de Nazaret

Sergio Sarmiento
Analista y periodista

2014-04-17

Distrito Federal— Jesús no era cristiano. En sus tiempos no había “cristianos”, personas que consideraran que el Cristo, el ungido, era el hijo de Dios. El nazareno era más bien un judío devoto, al igual que otros en su tiempo, como Juan el Bautista, que buscaban recuperar el sentido de la religión de sus ancestros. Como tal era un convencido monoteísta y seguramente se habría sentido incómodo ante una religión que planteara que Dios puede tener hijos como los dioses paganos.
Es difícil saber con exactitud cuál fue la predicación de un hombre que vivió hace dos milenios. Las menciones de historiadores independientes, como Flavio Josefo, Tácito o Plinio el Joven, son pocas y demasiado esquemáticas. Sirven, si acaso, para ratificar que sí existió un “hombre sabio”, en palabras de Flavio Josefo, seguido por judíos y gentiles que formaron el grupo de los cristianos. La mayor parte de la documentación sobre la vida de Jesús proviene de los Evangelios, textos escritos por conversos al cristianismo décadas después de su muerte y que fueron seleccionados por la Iglesia porque se adaptaban al credo que la Iglesia estaba definiendo.
Todo parece indicar que Jesús fue un hombre fiel a la religión judía y a su monoteísmo, pero también un maestro, un rabino, que buscaba darle un sentido más humano y solidario a la religión. Así, cuando los fariseos le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio, a quien la ley de Moisés condenaba a muerte por lapidación, Jesús les dijo: “el que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). En el sermón de la montaña buscó dar un lugar de privilegio a los pobres en espíritu, a los que lloran, a los mansos, a los que tienen hambre y sed, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los pacificadores, a los que padecen persecución por la justicia (Mateo 5:3-10). También enmendó o enriqueció la ley de Moisés en un tema crucial: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros” (Juan 13:34).
El Jesús de los milagros, ese que curaba enfermos, multiplicaba panes, convertía el agua en vino o resucitaba a los muertos, surge sin duda del deseo de sus seguidores de darle a un hombre admirado las características de un dios. La verdad es que no se entendería por qué, si Dios se tomó la molestia de crear las reglas de la naturaleza, querría violarlas con milagros, pero ésa es la manera en que a través de los milenios las comunidades humanas han tratado de representarse y explicarse la divinidad.
La tradición cristiana nos habla de un Jesús detenido, torturado y ejecutado. La muerte en la cruz debía ser particularmente infamante, “porque escrito está: Maldito todo el que cuelga de un madero” (Gálatas 3:13), pero en el caso de Jesús sirvió para elevar su persona. Es esta muerte la que se recuerda el viernes santo. Los cristianos consideran que Jesús resucitó al tercer día y se apareció a María Magdalena y a María, y según algunos evangelios a otras mujeres, y les pidió que anunciaran a los apóstoles su resurrección. La base de la fe cristiana es precisamente esa resurrección que demostraba la divinidad de Jesús.
No hay que ser cristiano para entender que Jesús fue un personaje importante que cambió de manera radical la religión judía que recibió de sus padres. Quizá por eso es tan paradójico que su nombre se haya usado como excusa para tantos abusos. El que sus hermanos judíos hayan sido objeto de persecución, el que tantos paganos hayan sido asesinados por profesar una religión diferente, el que las mujeres hayan sido quemadas vivas por brujas, el que católicos y protestantes se hayan matado unos a otros por argumentar que tenían la verdadera interpretación de la palabra de Jesús, parece hoy una burla cruel.

Participación
El Instituto Federal de Telecomunicaciones ha calculado que las nuevas cadenas de televisión alcanzarán gradualmente una participación de 8.5 por ciento del mercado. Ésta fue una de las bases del precio mínimo de referencia de 830 millones de pesos.

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