Opinion

Depuración social en Río

Raymundo Riva Palacio
Analista político

2014-04-20

Río de Janeiro— La iglesia de Nuestra Señora de la Peña se ve erguida y brillante, al salir del Aeropuerto Internacional Antonio Carlos Jobim rumbo a Río de Janeiro. Construida sobre un peñasco en lo alto de una colina, este santuario católico del Siglo XVIII es un símbolo de los suburbios cariocas. A sus pies se extiende una plasta grisácea de miseria y convulsión. Son las favelas de la Peña y Marea, que atravesarán casi un millón de fanáticos que se esperan para la Copa del Mundo de Futbol, y que en los últimos días desafiaron la fuerza militar del gobierno brasileño, generando una inestabilidad social que, animada por el narcotráfico, quiere propagarse.
Hace escasa una semana, en apoyo a las unidades del Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar, dos mil 700 marinos y soldados marcharon sobre las dos favelas en tanquetas y vehículos blindados, con helicópteros como águilas en vuelo que cimbraban los viejos edificios abandonados y ocupados por los pobres, y las casuchas de cartón, madera y zinc, que dejaban ver en sus costados a francotiradores para eliminar cualquier intento de agresión. Las fuerzas militares entraron mediante un decreto firmado por la presidenta Dilma Rousseff, que fue tan anunciado que, de acuerdo con la prensa brasileña, los sicarios del narcotráfico, que habían iniciado una escalada de violencia –que motivó la acción militar–, se replegaron a otras favelas.
Sin resistencia armada, los militares revisaron casa por casa e incautaron fusiles de asalto, ametralladoras, drogas y vehículos robados. Pero no fue una operación tranquila. Los habitantes salieron a las calles a enfrentar a las fuerzas de ocupación y en Marea, cuando uno de sus pobladores se resistió a ser detenido, fue abatido. En la Peña, un grupo de sicarios disparó contra la policía que, al responder, hirió a una mujer, que no tenía culpa alguna, salvo haber estado en la calle ese momento. Cómo empezó todo ha llevado a una confusión que, al final, es irrelevante salvo para atizar el conflicto que se vive entre las autoridades y las favelas desde 2008, cuando el gobierno puso en marcha el llamado Programa de Pacificación, mediante el cual buscaba garantizar la seguridad en esta ciudad durante la Copa Mundial de Futbol y los Juegos Olímpicos en 2016.
El Programa de Pacificación se ha convertido en un eufemismo de limpieza social. En los últimos cinco años las autoridades se han esforzado por expulsar a los pobladores de las favelas y lanzarlos a los cerros, porque cada vez que han querido reubicarse dentro de las zonas urbanas, los vuelven a desalojar. Esta depuración de pobres en Río abarca un combate directo contra los cárteles de la droga, en especial el Comando Vermelho (Comando Rojo), que es la principal organización criminal en Brasil, y que ha vuelto a tomar abiertamente las armas contra militares y policías para recuperar sus viejos territorios, al aprovechar la coyuntura de la violencia social que ha desatado la política gubernamental en las favelas.
El gobierno quisiera barrer las favelas de sus territorios al norte de esta ciudad, para así impulsar una regeneración urbana que anime a los inversionistas a desarrollar esas zonas que hoy están deprimidas. Su acción de fuerza ha permitido desde entonces, según la Secretaría de Vivienda de Río, la expulsión de 20 mil habitantes de las favelas. Los activistas en esas zonas marginadas estiman el desplazamiento en 170 mil, que no incluye otros 19 mil que fueron removidos de sus viviendas para construir la Villa Olímpica, nuevas carreteras, renovar los estadios y ampliar el puerto. La tensión que generaron las autoridades ocasionó que en las últimas semanas renaciera la violencia, con tiroteos y bombas molotov como parte del paisaje en los vecindarios marginados.
La coyuntura para el narcotráfico en las favelas se dio porque las promesas del gobierno de que la Copa del Mundo y las Olimpiadas les iban a traer prosperidad, han quedado en nada. En las favelas nada cambió positivamente. Pero negativamente, todo. La prensa carioca refleja que la vida en las favelas se encuentra en el peor momento desde que comenzó el programa gubernamental para pacificarlas. A menos de dos meses del mundial son los momentos más difíciles y violentos en cinco años, que coinciden con la pérdida de expectativas y el crecimiento de las frustraciones. Mala mezcla para Rousseff que, ante el descontento social, enfrenta las presiones externas. La FIFA, que no está contenta con la organización del Mundial, exigió que los militares se queden en las favelas hasta que termine la Copa del Mundo.
En las favelas, los desposeídos exigen que ni los traten como delincuentes, ni los expulsen de sus casas prácticamente sin aviso y sin posibilidades de reubicación. Los narcotraficantes están en el mejor de sus mundos. Desestabilización afuera; inestabilidad adentro. La violencia que generen debilitará más a Rousseff, que tendrá que aplicar mayor fuerza. Habrá que recordar la tercera ley de Newton: toda acción tendrá una reacción igual. Esto es lo cierto hoy en Río de Janeiro. Lo incierto es si esa respuesta podrá contener el desbordamiento social y criminal en los menos de dos meses que faltan para el Mundial.

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