Opinion

Gotas de lluvia

Olga Tsuda
Analista

2014-09-29

El 9 de septiembre, la NASA detectó el nacimiento de Odile en el Pacífico mexicano. El Centro de Huracanes de Estados Unidos anunció que el jueves 11 por la noche permanecería en alta mar, pero se esperaba que en las siguientes 48 horas provocaría fuertes corrientes y alto oleaje.
Así es como empezó el rugido de esta fiera, de la que manaron gotas de lluvia pero también lágrimas, quejas y quejidos de quienes sufrieron a su paso, ya sea por la destrucción de su entorno, por la falta de víveres, de cobijas o por otras necesidades surgidas.
La población de Los Cabos fue de las más afectadas, ya que a pesar de la alerta emitida, el gobierno no fue capaz de prevenir el desastre.
En esa zona no se hicieron esperar los saqueos, los asaltos y hasta personas heridas, porque los malandros se hallaban armados y arremetieron contra todo lo que pudieron, tiendas primeramente, de donde se llevaron hasta lo que no les servía. Al acabar con todo eso, se fueron encima de los habitantes, llegando hasta el interior de algunas viviendas para, con mano armada, despojarlos de lo poco que les quedaba, aunque estuviera mojado (según testimonios proporcionados por residentes de Baja California Sur).
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero tuve que recordar lo que se difundió de Japón cuando fue víctima del tsunami en 2011. El respeto, la cordura, el humanismo y la cultura que manifestaron los nipones afectados, a pesar de la tristeza y la desolación de la catástrofe, llamaron la atención del mundo porque solían tomar en pleno orden sólo lo que necesitaban, procurando que todos alcanzaran a sobrevivir de la mejor manera.
La cola de Odile llegó a Ciudad Juárez, que se convirtió en otro desastre. Fuertes lluvias azotaron a la ciudad y obstaculizaron que la vida siguiera su curso normal. Grandes baches que brotaron sin ton ni son por las calles, se convirtieron en pozos que destruyeron automóviles. El agua estancada, aun en el nuevo túnel de la avenida 16 de Septiembre que permaneció por varios meses estropeando el libre tránsito vehicular y dando una apariencia grotesca al Centro de la ciudad, ahuyentó al escaso turismo y evitó la circulación de transeúntes y vehículos. Los comercios alrededor perdieron ventas –pero el tren sigue pasando–.
El remanente del huracán dejó calles inundadas y destruidas, viviendas derruidas, gente paralizada, alcantarillas inservibles e incremento de enfermedades, frente a unas autoridades indolentes, miopes y con falta de voluntad, que a pesar de conocer las carencias que prevalecen en estas situaciones, se olvidan de preparar un plan de contingencia que minimice el caos al que es sometida la población.
El drenaje pluvial brilla por su ausencia, a pesar de que desde hace décadas se ha planteado su necesidad (casi siempre en campañas electorales). Se ha dibujado en intenciones solamente, pero tal parece que se ha convertido en una burla que se repite como un chiste local.
Pero más preocupante aun resulta el hecho de ignorar la procedencia de estos fenómenos naturales, que cada vez son más extremos. En parte se debe a la grave despreocupación de la gente por conservar los ecosistemas.
El cambio climático que ya es irreversible y del cual estamos viviendo sus consecuencias no es una cuestión política sino una ocupación de personas y voluntades, que pugnan por la supervivencia de la raza humana, que optan por ver un futuro en que las nuevas generaciones reciban un planeta sonriente y apto para ser habitado. Los gobernantes tendrán que ser cómplices de la solución y emerger al embate decisivo de reivindicar tanto su postura como un plan de acción benevolente en beneficio de la vida.
La naturaleza y la civilización tienen que caminar de la mano, pues dependemos total y directamente de aquella. Todos y cada uno de nosotros tenemos el deber de cuidar el buen funcionamiento del planeta, desde esa trinchera que nos corresponde y que representa ese espacio de un metro cuadrado que va a donde quiera que nos movemos. Un espacio que habitamos y que es solo nuestro, es nuestra responsabilidad y el ejemplo manifiesto para quienes nos observan.

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