Opinion

Concupiscencias recargadas

Francisco Rodríguez Pérez

2014-10-19

Hace justamente un año escribí en estos espacios periodísticos una serie de textos filosóficos de entre los cuales destacó el relativo a las “concupiscencias”.
Además de la extraordinaria discusión entre Aristóteles y Platón, hay otros elementos que debemos considerar en torno a esos temas, como son los textos ideológicos de Práxedis Guerrero.
Hay un denominador común en esto:  la corrupción, la degeneración, los apetitos irrefrenables por la acumulación y el control de poder, riquezas, voluntades, hombres, mujeres, niños, niñas –según las preferencias–, drogas permitidas o “prohibidas”, en fin “placeres” que pretenden disfrutar los seguidores de la concupiscencia, a la que han hecho su diosa y a la que se han consagrado.
Si esto es execrable en el plano individual de los delincuentes llamémosles “comunes”, resulta más odioso cuando las prácticas provienen de los hombres y las mujeres “del poder”, que debiendo estar consagrados al servicio público se dedican a acumular, sin freno y sin fondo, aquellos “placeres” a los que me he referido, para bien propio, de sus “familias”, socios y cómplices. Esa es la gran contribución de Práxedis Guerrero, a la que me referiré en esta colaboración.
Los enriquecimientos y la acumulación de placeres y disfrutes de todo tipo, especialmente de sexo, mentiras y dinero en el caso de los concupiscentes no son “inexplicables”, por el contrario son del todo explicables, aunque no razonables, ni lógicos, ni mucho menos aceptables.
Como el año pasado, en diversas colaboraciones, he insistido en la ética, en la moral como fuerza de la política.
El año pasado fue una terrible lección: mezclada entre la sangre y la tierra, la tragedia chihuahuense hizo aflorar la corrupción, el desdén por la ética y el desprecio por lo mejor de la política; hizo evidentes, por el contrario, las concupiscencias del poder.
Pero aquel ejemplo, aquella terrible lección ha sido empequeñecida por los escándalos internacionales de Iguala, Guerrero, Michoacán o Sonora, entre otros, por citar sólo algunos.
Es buena ocasión también para insistir en la sabiduría clásica, en la sabiduría griega y, más propiamente, en el idealismo platónico, tan abandonado en estas épocas de acumulación privada y patrimonialismo ejercido desde los puestos de poder.
Si los griegos entendieron, como pocos, la tragedia, también descubrieron, desarrollaron y enseñaron, desde imponentes preceptores y magníficos preceptos, la práctica del poder desde la ética, desde la individualidad, el comportamiento ejemplar de los “poderosos”. En ello coincidieron, y en ello se distanciaron, Platón y Aristóteles, su discípulo.
Siempre será grato y edificante volver a lo que enseña y exige Platón a los poderosos.
Insistiré, no obstante, como el año pasado: Si se hace caso de las recomendaciones de Platón, si la clase política tiene a la ética como marco de su conducta, menos probable serían los excesos y las tragedias. La realidad terca se opone a las concupiscencias de los políticos, que no han entendido el sencillo y seguro camino de la ética.
Alejados de la ética y la moral, los poderosos se hartan de corrupción, se solazan al utilizar los puestos públicos y la información privilegiada para enriquecerse, para acumular, para mezclar los intereses públicos con sus negocios privados.
La ética, aunque la hayan querido desprestigiar, es una base segura para la política, y ésta puede ser su continuación si se atiende y se procede, mínimamente, como enseñaba Platón, para evitar al menos la mezcla corrupta de los negocios privados con el servicio público.
Las concupiscencias destruyen, al final, lo mismo al concupiscente que al medio que lo rodea y lo hace posible.
Las tesis de Práxedis Guerrero en sus textos ideológicos, así lo enseñan: “Buscando la felicidad, muchos individuos pasan el tiempo dedicando sus faenas a la defensa de intereses falsos, alejándose del punto objetivo de todos sus afanes y aspiraciones: el mejoramiento individual y convirtiendo la lucha por la vida en la guerra feroz con el semejante”.
La mayoría de la gente, denuncia Práxedis, engañadas por la apariencia de sus falsos intereses, así caminan por el mundo en busca del bienestar, llevando por bandera este principio absurdo: hacer daño para obtener provecho.
Desde ese punto de vista, la concupiscencia, como la tiranía, es resultante lógica de una enfermedad social.
Dice Guerrero: “(…) donde hay materias putrefactas sobreviene el gusano; dondequiera que asoma y se desarrolla un organismo, es que ha habido y hay elementos para su formación y nutrimento. Las tiranías, los despotismos más sanguinarios y feroces, no quebrantan esa ley, que no tiene escotillones.
Ya lo decía Platón: Las leyes se han elaborado para el bien común de todo el Estado; quien gobierna debe producirlas para reprimir las concupiscencias, persuadir y obligar al mejoramiento de la ciudadanía.

X