Opinion

La huella de la violencia

Samuel F. Velarde
Analista

2015-03-02

En los últimos años del sexenio calderonista la violencia en el país subió de manera exponencial sobre todo en nuestra ciudad. Aún recuerdo las cifras alarmantes de víctimas en aquellos años. Lo más trágico eran los niños y adolescentes que habían sido dañados psicológica y moralmente por haber sufrido la muerte de algún familiar cercano. Se hablaba mucho de qué sucedería cuando tuvieran más edad y de qué manera sería su comportamiento psicosocial.
Y esta tragedia sigue persistiendo en los jóvenes que hoy tienen 18 o 20 años. Como profesor de nivel superior, puedo afirmar que ya tenemos en nuestras instituciones a esos jóvenes, que vienen arrastrando una crisis moral y psicológica a raíz de la muerte de uno de sus seres queridos. No es extraño que en un salón de clases de 30 alumnos se encuentren tres o cuatro estudiantes que perdieron algún pariente o amigo durante la crisis de violencia e inseguridad. Y lo anterior se lleva a este espacio de reflexión como una preocupación en el sentido de que poco se hace para atender estos casos, a no ser por investigar a ciencia cierta la cantidad de estudiantes de nivel superior que se encuentran bajo esta situación y establecer alguna línea de trabajo.
Uno de los casos que más me impresionó fue el de una estudiante que tuvo que ir a identificar el cadáver descuartizado de su hermano porque nadie en la familia se atrevía a hacerlo. Esta joven se enfrentó con una escena que hasta la fecha le ha afectado tanto, que su sensibilidad hacia la amistad y lo bueno del género humano se ha derrumbado, es decir, no cree más que en ella, demostrando una total desconfianza a todo lo que le rodea, y con sobrada razón.
Otro caso donde una chica perdió a su padre, asesinado al salir de un banco para robarle una cantidad de dinero que se destinaría para establecer un negocio familiar. Las tragedias abundan en mayor o menor medida.
Todos estos casos, que han de ser miles, son la prueba de que estos jóvenes nacieron en un ambiente social violento y hoy lo sufren en carne propia. El problema es qué tipo de patologías sociales resultarán de lo anterior, que personalidades y conductas reproducirán en su vida cotidiana, qué tipo de ciudadanos y profesionistas llegarán a ser con un trauma de esta naturaleza. Indudablemente que es un problema a reflexionar.
Sin embargo, a nadie parece interesarle tal situación o es algo tan difícil de tratar, en el sentido de que hablar sobre el tema puede considerarse una especie de tabú en el medio institucional. Por lo general se confunde el ser institucional con callar ante realidades que afectan socialmente, por lo que sería prudente que si existen ciertas metodologías terapéuticas de grupo para tratar estos casos, las instituciones de educación superior las implementen de manera adecuada a través de talleres, charlas, apoyo psicológico, entre otras estrategias, más que ignorar la problemática.
También la violencia familiar está a la orden del día, repercutiendo en estos mismos jóvenes estudiantes, pero como es una situación de invisibilidad por cuestiones de una falsa moral, donde se esconde la violencia familiar y en muchos de los casos pasa desapercibida. Es un secreto a voces que muchos estudiantes han sufrido algún tipo de violencia familiar, es el caso de una alumna que por cuestiones nimias, el padre la golpea con el cinto y le ocasiona una personalidad extraña, pues en ocasiones es alegre y en otras triste. Un psicólogo pudiera explicar mejor tal conducta.
Y bueno, son jóvenes producto de aquella violencia que en la actualidad persiste en cierto grado. Uno de los factores que agrava el fenómeno es que nuestro ambiente social, más que hacer olvidar a estos jóvenes de sus tristes vivencias, se las detonan constantemente con los hechos violentos que todavía ocurren. Siempre se ha dicho que el futuro es de los jóvenes, pero no me imagino el futuro de todos aquellos jóvenes que vieron la miseria humana a través de la violencia, no me imagino ese futuro para ellos.

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