Opinion

Avaricia del sistema político mexicano

Javier Cuéllar
Analista político

2015-03-03

El presidente de la república Enrique Peña Nieto reconoció ayer durante su gira por el Reino Unido que “México está plagado de incredulidad y desconfianza” y la verdad es que tal vez no sepa ni a qué grado, ni con cuanta justa razón. Esta incredulidad y desconfianza es un sentimiento generalizado y profundo del pueblo mexicano hacia todos sus gobernantes. Y cómo no habría de estarlo.
El derrumbe de los precios internacionales del petróleo ha ocasionado al país un boquete del 43.5 % en los ingresos provenientes del petróleo, que impacta directamente al presupuesto federal y así, un plan de austeridad se antoja evidente y a eso atiende el llamado del presidente a toda la camarilla gubernamental, a apretarse el holgado cinturón que amarra sus exuberantes barrigas y nadie hace caso.
El congreso, en la voz de sus líderes más conspicuos, Beltrones y Anaya (PRI y PAN) han anunciado resignadamente una ridícula reducción de 100 millones de pesos en su presupuesto de egresos eliminando unas tres docenas de sus comisiones especiales que no laboran, pero ni un sólo centavo a sus dietas y demás gastos suntuarios, ni mucho menos al número de sus 500 integrantes, lo cual nos indica claramente que ellos no se sumarán al recorte que le urge realizar al gobierno federal. Es claro que ninguno de nuestros legisladores quiere renunciar ni tan siquiera un milímetro a sus codiciosas canonjías y a su estilo faraónico de vida. Para ellos el peso de la crisis petrolera lo debe absorber únicamente el pueblo.
Bien nos dice Gandhi: “En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos”. Y tiene mucha razón, “La bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre; pero el oro no apaga jamás la avaricia” (Plutarco). Y así, es fácil advertir que la codicia de estos hombres sencillamente no tiene llenadera, no obstante el percibir los sueldos y compensaciones más grandes del mundo en su género.
Y lo mismo sucede con el poder judicial federal, donde sus empleados, desde el más modesto hasta el más encumbrado, que es el magistrado presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, devengan los sueldos más fabulosos del planeta y se niegan aferradamente a reducir sus percepciones por más ilegítimas e injustificadas que estas sean.
Lo más lamentable del problema es que este pernicioso ejemplo lo seguirán puntualmente todos y cada uno de los funcionarios y empleados públicos del gobierno y así la bancarrota del sistema político mexicano no tardará en llegar aunque el pueblo mexicano se muera de hambre.
Los empleos públicos mencionados son tan solo un botón de muestra de la insensatez que domina a todos los empleados públicos porque la avaricia que los posee es inconmensurable y, sin embargo, hemos de reconocer que Thomas Fuller, famoso clérigo y escritos inglés, tenía razón cuando nos dijo: “La riqueza ha creado más avaros que hombres ricos”. ¿Para qué quieren tanto dinero? No lo sé, es imposible para un hombre normal gastarse mes a mes tan fabulosos estipendios a menos que tengan una vida licenciosa y una esposa y una familia peor todavía, en cuyo caso la existencia y disposición de tantos recursos les será contraproducente.
Pero lo cierto es que la austeridad de los personeros del sistema político mexicano no podrá surgir de su base de empleados, deberá serles impuesta de un solo golpe desde las alturas de la secretaría de Hacienda por el secretario Luis Videgaray, porque será imposible que emane de todos estos depredadores de la economía de México y sólo se limitarán cuando estas reducciones les sean impuestas desde lo alto. Y ahora, esta crisis financiera nos da el momento propicio para hacerlo.
Debemos comprender que: “Si quieres destruir la avaricia, debemos destruir el lujo que es su padre” (Marco Tulio Cicerón). Porque si esto no se hace en la supresión del deseo interno de lujo insensato, entonces nos veremos en la terrible situación de ser poseídos por las cosas, desgraciadamente “El hombre moderno, ávido de poseer, es finalmente poseído por las cosas que posee” (Emma Godoy), aunque a la postre, éstas le sirvan de muy poco. Tal vez hasta para destruir a sus familias.

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